Señores
Miembros de la Academia Sueca
Academia Sueca
Suecia
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Disculpándome de antemano por ignorar a qué Academia Sueca estoy escribiendo, (aquí tenemos varias academias y nunca las utilizamos) y aclarando que este no es otro de esos mensajes que de vez en cuando llegan a su buzón de parte de gente que cree estar escribiendo a la Academia de los ‘Óscares de la Academia’, me dirijo a ustedes con el objeto de proponer la candidatura del escritor norteamericano Sylvester Stallone al prestigioso Premio Nobel de Literatura que ustedes entregan cada mes de octubre.
Permítanme ir despacio al exponer la evidencia que respalda la nominación. Después de que Stallone le demostrara al mundo la fuerza de sus puños encarnando por primera vez a Rocky Balboa, el Grupo Editorial Berkley publicó Paradise Alley, una novela firmada por el actor y guionista, que llegó a mis manos en una edición de Círculo de Lectores de 1978 comprada en una venta de usados en la Plazoleta del Rosario ante la imposibilidad de decidir entre una ejemplar en rústica de Fuego de Carmelita Schicksal, el Necronomicón anotado por un catedrático de la Universidad de Arkham y una copia pirata del último libro de poemas de Mario Echeverry. “Con la ternura y la humanidad del mejor Saroyan, de los relatos breves de John Steinbeck, o de los cuentos italo-neoyorquinos de Mario Puzo” decía la solapa.
“Les faltó incluir a Faulkner” pensé y lo hice con cierta indignación que creció cuando vi que en la foto que precedía la reseña biográfica de la última página Stallone aparecía musculoso y sin camisa. Es sabido que en general los buenos escritores no tienen músculos.
Aunque Hemingway los tenía.
Y boxeaba, como Rocky.
Es sabido que es de mal gusto aparecer sin camisa en las fotos de las reseñas.
Es sabido que ya de por sí aparecer en las fotos de las reseñas es de mal gusto.
Sin embargo después de leer la pequeña biografía y secarme las lágrimas (“era un niño problema y se le expulsaba de los colegios con frecuencia”, “se sostenía limpiando jaulas en el zoológico de Nueva York”) y de saber que Stallone “apareció en una producción estudiantil de La Muerte de un Viajante” (yo actué en una producción de la misma obra en calidad de árbol), decidí seguir adelante con la lectura de una novela que, por título y autor, auguraba una calidad literaria comparable a una colección de relatos eróticos escrita por Paris Hilton.
Les pido ahora, señores de la Academia que lean cuidadosamente los siguientes fragmentos, todos del siglo XX. Todos de novelas neoyorquinas.
a)
“Vagabundeé mentalmente durante varias semanas, buscando la manera de empezar. Toda vida es inexplicable, me repetía. Por muchos hechos que cuenten; por muchos datos que se muestren, lo esencial se resiste a ser contado. Decir que fulanito nació aquí y fue allá; que hizo esto y aquello, que se casó con esta mujer y tuvo estos hijos, que vivió, que murió, que dejo tras sí estos libros o esta batalla o ese puente, nada de eso nos dice mucho. Todos queremos que nos cuenten historias, y las escuchamos del mismo modo que las escuchábamos de niños.”
“Vagabundeé mentalmente durante varias semanas, buscando la manera de empezar. Toda vida es inexplicable, me repetía. Por muchos hechos que cuenten; por muchos datos que se muestren, lo esencial se resiste a ser contado. Decir que fulanito nació aquí y fue allá; que hizo esto y aquello, que se casó con esta mujer y tuvo estos hijos, que vivió, que murió, que dejo tras sí estos libros o esta batalla o ese puente, nada de eso nos dice mucho. Todos queremos que nos cuenten historias, y las escuchamos del mismo modo que las escuchábamos de niños.”
b)
“La cocina del Infierno, Nueva York, debió ser el lugar más caluroso de la tierra durante el verano del cuarenta y seis. Viejos de piel rugosa y grises cabellos pegados a la nuca se asomaban a las ventanas, cual flores marchitas, tratando de abanicarse. No valía la pena, porque era preciso un esfuerzo excesivo que de todos modos no solucionaba nada”
“La cocina del Infierno, Nueva York, debió ser el lugar más caluroso de la tierra durante el verano del cuarenta y seis. Viejos de piel rugosa y grises cabellos pegados a la nuca se asomaban a las ventanas, cual flores marchitas, tratando de abanicarse. No valía la pena, porque era preciso un esfuerzo excesivo que de todos modos no solucionaba nada”
c)
“La primera cosa que oyeron fue el trémulo silbido de un vagoncito que humeaba al borde de la acera, frente a la entrada del ferry. Un chico se apartó del grupo de emigrantes que vagaba por el embarcadero y corrió el vagoncito. ‘Es como una máquina de vapor y está llena de tornillos y tuercas’ gritó al volverse.”
“La primera cosa que oyeron fue el trémulo silbido de un vagoncito que humeaba al borde de la acera, frente a la entrada del ferry. Un chico se apartó del grupo de emigrantes que vagaba por el embarcadero y corrió el vagoncito. ‘Es como una máquina de vapor y está llena de tornillos y tuercas’ gritó al volverse.”
¿Cuál de los tres fragmentos está mejor logrado, señores de la Academia?, ¿Cuál resulta una invitación más tentadora para la lectura del resto de la obra?
La primera es de Paul Auster, que tal vez algún día reciba el Nóbel, la tercera de John Dos Passos, que ya no lo recibirá. La segunda es un fragmento de Paradise Alley.
Hay una razón para que haya presentado a ustedes el primer párrafo de esa manera. Un juicio de la obra de Stallone sólo puede hacerse si uno no sabe que es a Stallone a quién está leyendo. Lo contrario lleva a que se le perdonen todos los errores para no pasar por intolerante o se le censure el más mínimo fallo porque uno sabe que está leyendo al mismísimo Rocky o, peor aún, a John Rambo, un tipo a quien resultaría difícil convencer de que la pluma es más poderosa que la ametralladora. Como sé que ustedes jamás admitirían una candidatura anómina (si lo hicieran, Vargas Llosa ya habría ganado) espero que al menos ese comienzo les sirva para apartar un poco los prejuicios.
Porque de ahí en adelante es imposible olvidar que uno está leyendo a Stallone, Paradise Alley está pensada como una película y desde la primera escena (¿debería decir capítulo?), cuando el joven Victor Carboni conduce su camión repartidor de hielo y saluda a sus vecinos, uno lo imagina con la cara cuadrada, un mechón de pelo sudoroso cayéndole en la frente y los bíceps enormes y compactos.
Pero ese “parecer película,” aunque mantenga a Stallone en las imágenes que se forman en la cabeza del lector, es a la larga un plus a la hora de pensar en un Nóbel para el autor. Hace rato el lenguaje cinematográfico se considera una virtud en la narrativa contemporánea y Paradise Alley no cae en los abusos que esta tendencia ha provocado en algunos “modernos” escritores que llegan al punto de efectivamente escribir “Escena- (Int. día)” para demostrar un manejo inexistente del lenguaje del cine. En Paradise esa brevedad y agilidad en los capítulos (escenas) la que nos permite rápidamente saber que Victor tiene dos hermanos, Lenny, un veterano de guerra, y Cosmo, un timador sin suerte que en la versión filmada (la hay, la hay, pero no es de eso que quiero hablarles) fue interpretado por Stallone. Gracias a esa fluidez en la prosa también percibimos que entre Cosmo y Lenny existe cierta tensión por culpa de una tal Annie O’ Sherlock y nos enteramos que la vida de los inmigrantes italianos en la “Cocina del Infierno” está regida por una pandilla de mafiosos a pequeña escala a cuyos integrantes Sly ha puesto nombres tan geniales como Mahon el Perragorda, Frankie el Triturador y El Flaco Manitas.
Es ese ambiente el que Victor sueña con abandonar para poder vivir en Nueva Jersey con su amada Rose.
Supongo que ustedes en este punto estarán pensando, como yo lo pensaba mientras leía, que Victor logra su sueño abriéndose camino en el mundo del boxeo, pero Stallone arroja magistralmente varios de esos bien pensados ganchos literarios para engañar al lector incauto y justo cuando los lectores, incautos o no, se han convencido del posible rumbo pugilístico de la trama, nos hace sonreír con una de esas sonrisas del tipo “cómo no lo pensé antes”.
No, Victor no se dedica al boxeo, sería demasiado obvio, demasiado predecible para un autor como Stallone.
Victor se dedica a la lucha libre.
El hermano Cosmo se convierte en su entrenador, el hermano Lenny se encarga de conseguir las peleas. Rose le dice que no se ponga en esas, que lo quiere como es, lo que seguramente no es cierto porque Victor es pobre. Todos son pobres con esa pobreza peculiar e irremediable de los inmigrantes que lleva a Cosmo a ganar dinero en la calle vendiendo paraguas robados en una peluquería y a Lenny a trabajar en esa funeraria que Stallone toma como escenario para, cuando apenas vamos en el Capítulo 27, darnos una muestra de hasta dónde puede llegar como narrador con una escena de delirium tremens propia de las mejores páginas de Efe Gómez o su émulo norteamericano Malcolm Löwry
“Tragó la bebida con desesperación, casi con hambre y sus ojos inyectados en sangre quedaron fijos en la contemplación de una hilera de ataúdes baratos.
Los ataúdes se movieron ¡Lenny estaba seguro de que se habían movido! ¡Y estaba seguro de que veía cuerpos! ¡Cuerpos putrefactos! Cubiertos de harapos que habían sido uniformes nazis.”
Los ataúdes se movieron ¡Lenny estaba seguro de que se habían movido! ¡Y estaba seguro de que veía cuerpos! ¡Cuerpos putrefactos! Cubiertos de harapos que habían sido uniformes nazis.”
Flujo de conciencia del más puro. Literatura psicológica. Manejo de la escritura de ficción que se confirma en el capítulo 31, cuando a pesar de dar un paso en falso comenzando con una frase como “A las ocho de la mañana, el rostro de Annie era un retrato de agotamiento sensual”, (lo que habla muy mal de Annie), el autor usa sus puños de palabras y se hace perdonar la salida de tono con una metáfora genial:
“Cosmo oyó abrirse dos ventanas de un piso superior. A una de ellas se asomó un hombre muy delgado y en la otra una mujer con cara de furúnculo”
que gana todavía más fuerza un par de líneas más adelante cuando el furúnculo…
“se asomó a la ventana tanto que los pechos le colgaban como una marquesina llena de bultos.”
Pero Stallone no sólo es un maestro de la prosa, a la altura de un Borges, a quien no sé si sea apropiado mencionar ya que siempre fue más querido por los suizos que por los suecos, Sly también se defiende en el duro combate de la poesía en la conclusión del capítulo 34:
“Víctor contó su miserable salario y sonrió al capataz
Pero,
Los ojos de Víctor ya no
Sonreían.”
Pero,
Los ojos de Víctor ya no
Sonreían.”
un párrafo que roza con la sencilla belleza del haikú y es coherente con la paciencia zen que Victor demuestra dos capítulos más adelante cuando le ocurre un pequeño accidente en una de sus entregas de bloques de hielo a domicilio:
“Hasta el segundo piso no tuvo ningún problema, pero a medio camino del tercero tropezó con una botella vacía y cayó rodando por la escalera. El hielo le golpeó la cabeza y le hizo sangrar la parte posterior de las orejas. Victor estuvo a punto de soltar una maldición.”
¡Estuvo a punto de soltar una maldición! A punto cuando cualquier otro mortal hubiera lanzado una exclamación que, sin que pudiéramos saber si fue dicha en inglés o en italiano en la versión original, aparecería en las traducciones barcelonesas como uno de esos juramentos españoles que incluyen en una misma frase la mamá (no la de nadie, la mamá en general) y las funciones excretoras humanas. Victor es un ser humano ejemplar y siendo en cierta forma el alter-ego de Stallone no sería forzado pensar que Stallone también lo es y todos sabemos que la Academia siempre ve con buenos ojos a las buenas personas. No por nada el premio ha caído en manos de defensores de los pueblos oprimidos como Kippling, humanistas como Winston Churchill, personajes del carisma de Elfriede Jelinek y exscouts como Günter Grass. Stallone, si se quiere ver así, es la encarnación misma del inmigrante en tierras norteamericanas, un gremio que hasta el momento ustedes no han aún incluido tal vez por un involuntario exceso en nominaciones de socialistas y víctimas del Holocausto. Paradise Alley podría ser entonces la gran novela-Nóbel de los inmigrantes, como Un puente sobre el Drina es la gran novela-Nóbel de los atormentados Balcanes.
“El premio debe ser entregado a un autor que se destaque con una obra de tendencia idealista” decía el testamento de Alfred Nobel.
“¿Crees que irse a vivir a Nueva Jersey compensa que te abran la cabeza?” le preguntan
“Sí… creo que sí” contesta Victor.
“Sí… creo que sí” contesta Victor.
Poco que agregar al drama de los “idealistas” buscadores del Sueño Americano aunque aún haya que agregar que Victor es ecologista o al menos tiene una perra y la quiere mucho. Se llama “Bella” y es todo un personaje, como Cosmo y Lenny, como Rose o Annie, el fracasado luchador “Gran Gloria” o el primer contrincante de Victor, el irlandés Patty McLade, a quien Stallone describe como “un luchador experto al que le habían retocado las facciones con puños de cuero” que al final del combate cae al suelo “como se cae el camisón de una puta”.
Otra de las metáforas maravillosas que precede a un muy bien utilizado cambio de ritmo en el capítulo 41 cuando en seis renglones Stallone despacha el recorrido de Victor por los clubes del bajo mundo neoyorquino con la misma celeridad con la que el ahora apodado “Chico Salami” da cuenta de sus oponentes aunque o “al machacarlos hasta dejarlos inconscientes, todos, absolutamente todos, le dieron pena.”
A partir de se punto Lenny, que al principio era la muestra misma de la resignación, comienza a volverse codicioso mientras Cosmo se muestra preocupado más por la salud de su hermano que por el dinero que pueda sacarse de las peleas. Dos teorías pueden explicar este cambio radical de los personajes. Puede que un poco aturdido por la fama que le llegó de repente mientras escribía la novela, Stallone hubiera enredado sus apuntes y terminado por llamar en la segunda mitad Lenny a Cosmo y viceversa. Puede ser también que intencionalmente hubiera dado a sus personajes esa característica de cambio, como el que tienen las personas reales, que tanto admiramos en la obra de Proust.
Que es lo que yo sospechó que ocurrió, porque Stallone no baja la guardia conforme pasan las páginas. En el capítulo 51 el Gran Gloria se despide del mundo saltando al río con un “Dentro de cien años esto no va a tener ninguna importancia” a la altura del “¿Dónde estoy?, ¿Qué hago?, ¿Para qué?. Señor, perdóname” de Anna Karenina.
Lo que me recuerda que Tolstoi murió indignado por no haber recibido el Nóbel y no sería ahora el momento de cometer un nuevo error.
Lo que me recuerda que Tolstoi murió indignado por no haber recibido el Nóbel y no sería ahora el momento de cometer un nuevo error.
En este punto no temo arruinar el suspenso contando el final de la historia. Es sabido que, a pesar de ser suecos, ustedes son personas ocupadas que no tienen tiempo de leer demasiado y se guían sobre todo por las cartas que lectores anónimos de todo el mundo enviamos para ayudarlos en la escogencia del ganador de ese Campeonato Mundial de la Literatura que es el Premio Nóbel. En el capítulo más largo de los 54 que conforman Paradise Alley, Stallone nos sorprende haciendo que su historia concluya en una gran pelea donde Victor enfrenta a lo largo de doce páginas a Frankie El Triturador. Victor ha apostado en esta pelea todo el dinero que ha ganado a punta de narices rotas (incluida la suya) desde que empezó su carrera como luchador.
Victor pierde.
No muere, pero pierde.
No muere, pero pierde.
He ahí la grandeza de la obra, después de tener casi el suficiente dinero para viajar con Rose a Nueva Jersey, Victor lo pierde todo. A pesar de que luego de perdida la pelea Stallone lo haga recuperarse de la golpiza para defender a Lenny del ataque de Frankie, Victor ya ha aprendido, literalmente a los golpes, esa sentencia atribuida a Daville, aunque más probablemente autoría de Filemón de Sausage:
“El dinero va y viene.
Sobre todo, va”.
Sobre todo, va”.
Como la gloria, como casi todo excepto tal vez el Premio Nóbel que se queda.
Rocky fue dirigida por John G. Avildsen, por lo que Stallone nunca ganó un Oscar. Estoy seguro que ese dato les tranquilizará en el sentido de que por ahora George Bernard Shaw seguirá siendo el único doble ganador del Óscar y el Nóbel. Bien sabido es que luego fue tras el Grammy pero cantaba tan horrible que terminó por dedicarse a los aforismos, un poco como el arriba mencionado Filemón de Sausage, acerca de cuya candidatura al Nobel estaré escribiéndoles el próximo año por esta misma fecha.
Señores de la academia, sé bien que el paso de los directores de cine por la literatura no ha sido afortunado más allá del simpático libro ilustrado La melancólica muerte de Chico Ostra de Tim Burton, que las novelas de Orson Welles sólo tienen gracia una vez llevadas a la pantalla, la Julieta novelada de Fellini no llega ni por los tobillos a la previa versión fílmica que llevaba por apellido de los espíritus y los escritos políticos de Pasolini son tan aburridos como sólo los escritos políticos pueden serlo. Hitchcock, más prudente, agrupó sus relatos favoritos en el género de suspenso para un par de antologías respetables que son respetables principalmente porque no fue él quién se encargó de escribirlos relatos que las componen. Stallone sin embargo podría ser esa figura que unifique por fin las dos artes y representaría ese primer paso necesario para que en un par de años Bob Dylan reciba de una buena vez el Nóbel que viene rumorándose desde finales de los ochenta. Ustedes han sido generosos con su trofeo, le dieron el Nóbel a Neruda y a Cela y no se pusieron bravos cuando Sartre les dijo que estaría ocupado tocando clarinete y no le interesaba recoger el premio.
Suele decirse que si Hitler hubiera corrido con suerte como pintor, las cosas hubieran sido ligeramente diferentes. Si Stallone recibe su merecido premio es posible que retome su carrera como novelista, se convierta la excepción a la regla según la cual nadie escribe algo bueno después de ganar el Nóbel y en todo caso decida dejar guardadas para siempre Rambo IV, Cobra II y Rocky VII y en lugar de eso aparezca por fin la segunda parte de Paradise Alley, a la que seguirán (en libro) las versiones III, IV, V y una grandiosa “Victor Carboni, el regreso” donde el ya viejo luchador se enfrentará al campeón vigente de la WWF.
Porque he de decirlo, adoro la obra literaria de Stallone pero detesto sus películas.
Por mi parte, y como promotor de la candidatura, me comprometo a que “Sly” hablará articuladamente durante su discurso en la ceremonia de entrega y sobre todo a que no se presentará ante ustedes en bata de boxeador. Creo que de cosas por el estilo ustedes ya han tenido suficiente.
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